miércoles, 26 de octubre de 2011

SIGLO DE LA RAZÓN
El Atomismo entra en escena de nuevo
La introducción de la teoría atómica en Europa estuvo muy relacionada con el renacimiento del conocimiento griego y la necesidad de acceder a las fuentes originales que, por obvias razones, estaban escritas en griego. Excepto el poema de Lucrecio, De rerum natura, del que, hacia 1.600, ya circulaban treinta ediciones del poema y se había descubierto un segundo manuscrito lo cual muestra que el poema de Lucrecio era familiar para la gente educada de los siglos XVI y XVII y con él la teoría atómica de los griegos.
En un principio el atomismo era expresado sólo como una idea filosófica pero poco a poco fue recibiendo soporte experimental. El principal agente motor que revitalizó la teoría atómica fue un canónigo de la iglesia francesa, Pierre Gassendi, quien para sus contemporáneos fue un digno rival de René Descartes.
El esfuerzo intelectual del canónigo francés Pierre Gassendi (1592 – 1655), combinaba una crítica detallada del aristotelismo con una apasionada defensa de la filosofía epicúrea. Su objetivo, bastante ambicioso, era elevar la enseñanza de la doctrina de Epicuro a un nivel casi tan alto como el de Aristóteles en sus días de esplendor. Sus ideas se difundieron en toda Europa a través de cartas, circulación de manuscritos y varias publicaciones sobre los temas de debate en esa época. De esta manera alcanzó a hombres tan notables como Robert Boyle, quien reconoció su deuda hacia él, e Isaac Newton.
Las ideas de Gassendi lo convirtieron en un rival del pensador también francés, René Descartes (1596 – 1650). Para Descartes la extensión era sustancia y puesto que la sustancia se reducía a la extensión entonces todo el espacio debía estar lleno de un modo continuo. A esta visión cartesiana del mundo se enfrentó Gassendi y opuso lo esencial del atomismo griego, los átomos y el vacío. Gassendi retomó la doctrina atómica de Epicuro pero eliminó la idea del clinamen y con ella la pesadez de los átomos. Aceptó que las cualidades perceptibles de los cuerpos estaban asociadas con la agregación de los átomos. Para Gassendi la forma de los átomos explicaba las diferencias observables, por ejemplo, los átomos puntudos daban cuenta de las sustancias picantes o amargas. Sin embargo, el materialismo le desagradaba e intentó sustituir esta visión puramente mecanicista del mundo por una que permitiera la presencia divina. Esto significaba renunciar a ciertas premisas del atomismo griego. Para Gassendi, los átomos ya no eran eternos sino que habían sido creados por Dios y por tanto el mundo tenía un comienzo. Por las mismas razones refuta la idea de que el alma está compuesta de átomos y concluye que el alma humana es incorpórea o espiritual, creada por Dios e infundida al hombre.
Entre los contemporáneos de Gassendi que le tenían buena estima figura Galileo Galilei, quien le envió personalmente una copia de su Diálogo sobre los dos sistemas del mundo poco después de ser publicado. Gassendi expresó su admiración por muchas de las ideas de Galileo y varios experimentos que realizó buscaban confirmar las ideas galileanas.
Galileo estaba al tanto de la doctrina atómica de Epicuro que, como se dijo era conocida gracias a la publicación de la traducción del poema de Lucrecio. Estas concepciones, con más influencia de la de Herón que era mucho más práctica, lo llevó a creer en la existencia de los átomos y lo plasmó primero en su libro Il Saggiatore publicado en 1623 y luego en su famoso Diálogo de 1632. A partir de los átomos Galileo también combatió la doctrina aristotélica. Uno de los puntos que objetó fue el que consideraba las cualidades sensibles como reales e insistió que ellas eran únicamente el resultado de la asociación y el movimiento de los átomos.
A partir de este momento el avance de la teoría de los átomos abandona Europa continental y se traslada a Inglaterra con los trabajos de Robert Boyle e Isaac Newton, ambos conocedores de los trabajos de Pierre Gassendi. El estudio experimental riguroso de la materia, sobre todo de los gases, le permitió concluir a Boyle que la teoría de los átomos era la más adecuada para explicar los fenómenos observados, entre ellos su ley empírica de los gases, descubierta en 1662; por lo que el siguiente paso en este trabajo es estudiar los aportes de este gran investigador del siglo XVII.
Robert Boyle (1627 – 1691), nacido en Irlanda, fue el primero en llamarse químico para diferenciar su labor de la de los alquimistas pues no compartía sus principios. Muchos historiadores de la ciencia consideran que la química moderna nació con la aparición de su libro The Sceptical Chymist en 1661 en el cual introdujo conceptos que constituyeron una clara innovación, por ejemplo, la definición de elemento, que iba mucho más allá de las dadas por cualquier otra persona. Lastimosamente, en esa época la química apenas estaba comenzando como ciencia moderna y sus ideas aún no podían lograr un cambio inmediato en ella.
En tiempos de Boyle, la manipulación de sustancias la hacían tres tipos de personas: los alquimistas, comprometidos con la búsqueda infructuosa de la “piedra filosofal”, una misteriosa sustancia que era capaz de transmutar grandes cantidades de un metal cualquiera en oro; los iatroquímicos, que como antes se explicó, buscaban la fabricación de medicinas con las sustancias que los alquimistas manejaban; y los portadores de saberes técnicos como fundidores, manipuladores de tintes y fabricantes de vidrios y de jabón. Las reacciones químicas que ellos usaban las explicaban usando la teoría aristotélica de los cuatro elementos y los tres principios de Paracelso. Sin embargo, cuando Boyle comenzó a realizar sus experimentos, todos ellos de una manera rigurosa, encontró que todos estos elementos y principios eran inadecuados para dar una explicación racional de sus observaciones.
Después de diez años de experimentación cuidadosa, Boyle publicó su libro The Sceptical Chymist el cual apareció en agosto de 1661. La forma que adoptó para escribir su libro fue el diálogo platónico. Los participantes de la conversación, que tomaba lugar en un hermoso día de verano, eran Carneades, quien expresaba los puntos de vista de Boyle; Themistius, un aristotélico; Philoponus, un seguidor de Paracelso; y Eleutherious, un moderador imparcial de la discusión. En el prefacio de la obra, Boyle establece que para explicar los cambios de las sustancias se necesita tener en cuenta a los átomos; además, indica lo inadecuado que eran las teorías de la época y la aceptación acrítica que habían tenido por parte de sus contemporáneos. De esta manera enfoca su atención en los términos “elemento” y “principio” utilizados tanto por aristotélicos como por alquimistas y después de haber expuesto las fallas y defectos que habían en dichos conceptos da su propia definición de elemento en un lenguaje tan claro que vale la pena escribirlo tal y como él lo dijo:
“Y, para evitar errores, debo anunciarles lo que ahora entiendo por Elementos, tal y como lo hacen aquellos químicos que hablan lo más claro que pueden de sus principios, ciertos cuerpos primitivos y simples, o perfectamente no mezclados; los cuales no están hechos de otros cuerpos o de otro en particular, son los ingredientes a partir de los cuales todos los cuerpos perfectamente mixtos están inmediatamente compuestos y en los cuales ellos son últimamente resueltos”.
Puesto que Boyle estaba interesado en el comportamiento de las sustancias buscó en las formas de los átomos la explicación de sus propiedades físicas y químicas. Así que retomó la idea de la teoría atómica antigua de las conglomeraciones de los átomos debido a su forma y rechazó la idea de una fuerza de atracción mutua que había postulado un contemporáneo suyo, Isaac Newton, personaje en quien la revolución científica llegó a su punto más alto. Newton tenía algo que nuevo que decir sobre la teoría atómica y por tanto, es la persona que sigue en esta historia del atomismo.
Los aportes de Sir Isaac Newton (1642 – 1727) han marcado tanto a los hombres de épocas posteriores que prácticamente la física de hoy no se concibe sin estudiar primero la física newtoniana. Ya se ha presentado el trabajo de Newton y aquí sólo se mencionarán sus investigaciones sobre la estructura de la materia. Como resultado de sus experimentos con sustancias químicas y con cuerpos físicos, Newton construyó una elaborada teoría de la materia en la que se incluía una compleja estructura interna para los cuerpos. A partir de sus escritos, tanto los publicados como los no publicados, es completamente claro que Newton nunca dudó de la naturaleza corpuscular de la materia. El párrafo más explícito de esto está en su Opticks de 1706, donde describe “partículas primitivas” inobservables, inmutables, “tan duras que nunca se desgastan ni pueden romperse en pedazos”, de diferentes tamaños y formas y que componen toda la materia visible. Es interesante hacer notar que Newton rara vez utilizó la palabra átomo o atomismo. Parte de la razón de esto era teológica, pues atomismo aún era sinónimo de ateísmo para el clero inglés y hubiera sido imprudente para él defender tal doctrina públicamente.
Los seguidores de las ideas newtonianas, aún después de la muerte de Newton, siguieron buscando la solución para esto basándose en la creencia de que en la fuerza gravitacional entre partículas estaba la clave de la confirmación numérica. Se hicieron intentos pero los resultados no eran satisfactorios, aunque uno que otro proporcionaba artificios convincentes como el del sacerdote serbio-croata llamado Ruggero Boscovich, y que vale la pena mencionar.
Ruggero Giuseppe Boscovich (1711 – 1787) nació en Ragusa, ahora Dubrovnik, Croacia, recibiendo su primera educación en la escuela local jesuita, lugar que lo hizo decidirse a continuar sus estudios con la misma orden en Roma. A los diecinueve años fue ordenado sacerdote y fue allí, en Roma, donde a través de sus estudios en matemáticas conoció los trabajos de Newton, encuentro que resultó ser muy fructífero. En unas pocas décadas tomó las ideas de este científico y las unió con las de Leibniz para producir una ley de fuerzas atractivas y repulsivas que actuaban entre dos puntos, la cual impresionó a los científicos posteriores y por la que es ahora recordado.
La exposición detallada de sus ideas sobre filosofía natural aparece en su obra Theoria Philosophiae Naturalis publicada en 1758. En esta obra Boscovich propuso que las “unidades primarias de materia” eran puntos sin extensión que poseían inercia, llamados átomos puntuales. Dos puntos cualesquiera tenderían a aproximarse a ciertas distancias y receder en otras, de acuerdo a una ley universal que Boscovich representaba esquemáticamente con una curva. A distancias muy cortas las fuerzas repulsivas tendían al infinito lo cual evitaba el contacto entre los átomos puntuales y a distancias más grandes las fuerzas repulsivas disminuían y comenzaban a aparecer las fuerzas atractivas. Las fuerzas atractivas y repulsivas se alternaban y en las distancias donde ni las fuerzas atractivas ni las repulsivas dominaban el arreglo de los átomos puntuales sería estable.
A pesar de la gran flexibilidad especulativa de la teoría de Boscovich, ella tampoco tenía una confirmación matemática o experimental para ser aceptable; sin embargo influenciaría el pensamiento de los científicos de los siglos XVIII y XIX. Personas como Cavendish, Laplace y Humphrey Davy se sintieron interesados por el trabajo del sacerdote; especialmente Priestley que usó la teoría de átomos puntuales como marco de su teoría de la materia.
Descubrimiento de los Gases
El estudio de los gases y sus propiedades de expansión y compresión podían explicarse muy bien con la ayuda de los átomos y varias de las personas que investigaron este estado fueron fervientes creyentes de la corpuscularidad de la materia; una vez se encuentra que los gases son sustancias diferentes del aire, se intensificó el estudio de esta nueva clase de sustancias y se logró descubrir otros gases. Todos estos trabajos condujeron a la comprobación experimental de que el aire y el agua eran mezclas de sustancias con lo que se rompió definitivamente con la idea de los elementos aristotélicos.
CAOS: GAS
Johann Baptista van Helmont, nacido en Bruselas en 1579 y fallecido en 1644, gastó mucho de su vida en realizar experimentos con sustancias químicas y se llamó a sí mismo philosophus per ignem, o filósofo del fuego. Como alquimista que era, creía en la transmutación y en la búsqueda de la piedra filosofal, aunque no creía que ella fuera también el elixir de la vida como muchos consideraban. Sus intereses también abarcaban la medicina y fue un estudioso de las obras de Paracelso, sobre todo las que involucraban la fabricación de medicinas, pero no enfatizó mucho en la idea de los tres principios.
Una de las características más importantes de su trabajo era el carácter cuantitativo de sus experimentos. La balanza, que era de uso rutinario en su laboratorio, le condujo a la idea que los únicos elementos verdaderos eran el aire y el agua. Para van Helmont, el célebre experimento del árbol que realizó probaba que “todos los vegetales proceden de un sólo elemento, el agua”. La tierra no era un elemento sino que se formaba a partir del agua y tampoco el fuego lo era pues no era un material constituyente de los cuerpos. El aire no podía convertirse en agua ni tampoco el agua en aire; el vapor de agua sólo era una sustancia parecida al aire que podía volverse a convertir en agua, lo cual no ocurría con el elemento aire.
Muchas reacciones químicas liberaban sustancias similares al vapor de agua pero más permanentes por lo que no podían ser ni vapores, pues ellos se pueden condensar, ni tampoco aire así que tenían que ser una nueva clase de sustancias a las que llamó “gas” palabra que tal vez es el resultado de la distorsión de la palabra “chaos”. Van Helmont preparó experimentalmente gases a partir de un número diverso de reacciones; a estos gases les llamó gas sylvestre. Van Helmont sabía que las propiedades de los gases no siempre eran las mismas pero no le dio mucha importancia a esto y supuso que los gases estaban compuestos de partículas invisibles que al ser reunidas por un frío intenso podían formar gotas diminutas.
Van Helmont había inventado el nombre de gas para unas sustancias que no eran ni aire ni vapor, pero no pudo avanzar más pues era de la opinión que un recipiente no podía contener un gas. La persona que le correspondió dar a conocer un método para recolectar gases fue al inglés Stephen Hales (1677 – 1761). Hales describió en su obra Vegatable Staticks de 1727, diversos experimentos sobre gases entre los que se cuenta el intento de determinar la cantidad de “aire” que puede ser extraído de diferentes sustancias calentando un tubo de escopeta y recolectando el gas sobre agua. Hales no estudió las propiedades de los gases que obtenía pues según él, todos los gases eran “aire”, así que sólo se limitó a medir volúmenes; debido a esto consideró que el aire era un elemento.
Nacido en Bordeaux, Joseph Black (1728 – 1799) recibió educación en medicina en la universidad de Glasgow. Alrededor de 1760 reconoció que los cuerpos tienen diferentes capacidades para calentarse y sus estudios sobre el calor latente fueron de gran ayuda para que James Watt inventara su famosa máquina de vapor. Los intensos trabajos con un material llamado magnesia alba (carbonato de magnesio) le hicieron interesarse en el gas que se producía cuando éste se trataba con un ácido. El gas era dióxido de carbono, el mismo que obtuvo van Helmont, por lo que se dice que Black redescubrió el “aire fijado” que era el nombre que se le daba a este gas por estar “fijado” en la magnesia alba. Después de estudiar éste gas, Black concluyó que era el mismo que se producía en la respiración, la combustión de la madera y la fermentación, además también demostró que el aire no era una sustancia simple pues se dio cuenta que en él habían pequeñas cantidades de “aire fijado”.
El trabajo de Black sobre los gases probó que estas sustancias podían producir cambios químicos cuando se combinaban con los líquidos y los sólidos, lo que rebatió la idea de van Helmont que los gases no podían tomar parte en una reacción química. Los trabajos de Black abrieron una nueva forma de estudiar las sustancias químicas y sus métodos de investigación pronto dieron más frutos, como el caso del descubrimiento del nitrógeno por su alumno Daniel Rutherford (1749 – 1819) quien dejó que una llama se extinguiera completamente en un recipiente con aire y cuando se percató que un cuerpo no podía arder más en dicho aire, lo llamó “aire flogisticado” pues según él, era aire saturado de “flogisto”, sustancia hipotética que contenían todos los cuerpos capaces de arder y que se liberaba cuando estos se quemaban.
Rutherford, sin embargo, no se dio cuenta que el “aire flogisticado” era un nuevo gas, nitrógeno, con propiedades químicas distintas. Los que si se percataron de esto, y casi al mismo tiempo, fueron Cavendish, Priestley y Scheele.
Joseph Priestley (1733 – 1804) en 1774 calentó un óxido rojo de mercurio y obtuvo un gas al que llamó “aire desflogisticado” y ahora conocido como oxígeno. Puesto que este aire avivaba la llama de una vela, Priestley lo llamó “aire desflogisticado” pues, para él, era aire sin flogisto que hacía que el flogisto que había en la vela saliera en bastantes cantidades. También se dio cuenta que este nuevo gas no era soluble en agua.
Henry Cavendish (1731 – 1810), persona que casi nunca salía de su laboratorio y que odiaba la vida en sociedad, fue un apasionado por las mediciones cuantitativas, lo que le permitió determinar las cantidades de nitrógeno y oxígeno en el aire ordinario. Su primer artículo fue sobre aires “facticios” que eran gases fijados en algún material y que podían ser liberados, tales como el dióxido de carbono o “aire fijado” y el hidrógeno, el cual descubrió y que llamó “aire inflamable”, que era liberado a partir de los metales cuando se trataban con ácidos. Cuando Cavendish mezcló su aire inflamable con el aire desflogisticado y dejó que unas chispas interaccionaran con la mezcla se dio cuenta que había obtenido agua, con lo que demostró que el agua tampoco era sustancia simple.
Aparte de utilizar agua para atrapar los gases, Priestley también utilizó mercurio y describió diversas técnicas para manipular gases y preparar nuevos. Estas técnicas están descritas en un artículo que se publicó en 1772. También se dio cuenta que el aire que estaba viciado por la respiración de los animales y por la llama de una vela volvía de nuevo a ser aire ordinario por las plantas y en 1778 encontró su “aire desflogisticado” en las ampollas de las algas marinas.
Otro científico que hizo aportes al estudio experimental de los gases fue el sueco Carl Wilhelm Scheele (1742 – 1786) quien había precedido a Priestley en el descubrimiento del “aire deflogisticado”, pero sus resultados no fueron publicados sino hasta 1777, tres años después del descubrimiento del gas por Priestley. Debido a estas circunstancias, hoy en día se reconoce que tanto Scheele como Priestley descubrieron el gas independientemente. Scheele preparó aire desflogisticado de distintas maneras, ya sea usando el óxido mercúrico o calentando “manganeso negro”, hoy dióxido de manganeso con ácido sulfúrico.
Scheele hizo otros descubrimientos también importantes, como por ejemplo el cloro, el manganeso cuando investigaba sobre la “magnesia
Flogisto
Los científicos del siglo XVII y XVIII intentaron resolver el interrogante de porqué ciertos cuerpos son capaces de arder. La solución de este problema dio origen a una teoría ingeniosa, y que parecía ser verdadera, en la que se describía una sustancia hipotética que estaba presente en todos los cuerpos combustibles. Dicha teoría, llamada la teoría del “flogisto”, resultó ser efectiva para explicar diversos fenómenos y tuvo un impacto muy grande sobre las investigaciones experimentales de la química de esa época, lo cual se ve reflejado por el gran número de seguidores que tuvo. Sin embargo, la teoría del flogisto resultó estar equivocada y fue rebatida por el célebre químico francés Antoine Lavoisier, personaje que dio el impulso definitivo de la química como ciencia moderna y quien propuso la verdadera respuesta al problema de la combustión.
Primeros Trabajos sobre la Combustión
Desde la antigüedad se conocían los efectos que provocaba el fuego a las sustancias, pero lo que resultaba desconocido era porqué algunos cuerpos ardían. El ataque serio a esta interrogante se dio en el siglo XVII, cuando se produjo la primera teoría para explicar este fenómeno. Uno de los primeros que se enfrentó a este problema fue el ya mencionado Johann Baptista van Helmont quien, al observar los resultados de sus experimentos con velas encendidas, concluyó que el aire era “receptáculo de exhalaciones”. Según van Helmont, de la llama sale un humo que invade los espacios vacíos que tiene el aire, pero cuando el aire está saturado por exhalaciones, por ejemplo las que producen los minerales en una mina, éste ya no puede recibir el humo que sale de la llama y por tanto ella desaparece.
Los estudios sobre combustión continuaron, pero esta vez en Inglaterra con los llamados “Químicos de Oxford” Boyle, Hook y Mayow. El primero de ellos intentó explicar el aumento en peso de los metales cuando se calcinan. Desde hace mucho se conocía que cuando los metales eran calentados en crisoles al aire libre quedaba un residuo, al que se le llamaba calx, y que resultaba ser más pesado que el metal antes de ser calentado. Boyle, tratando de explicar este hecho, aseveró en su Sceptical Chymist que el fuego estaba compuesto por partículas ígneas muy pequeñas que podían atravesar el vidrio y se adherían a los residuos del metal provocando así el aumento de peso. Pero esta idea fue objetada por Chérubin d’Oléans en 1.679 y luego refutada por Boerhaave.
Los trabajos de Boyle sobre este tema, le hicieron dar alguna idea del papel que el aire desempeñaba en la combustión. Sin embargo, la primera teoría racional sobre la combustión la dio Robert Hooke (1.635-1.703), que era el asistente de Boyle. Su teoría apareció en su obra Micrographia de 1.665 y consistía de doce proposiciones, entre ellas que “el aire es el disolvente universal de todos los cuerpos sulfurosos” y que “esta acción de disolución produce una gran cantidad de calor al cual llamamos fuego”(52). De esta manera, para Hooke la combustión es una disolución en la que el aire, debido a la presencia en él de algo, disuelve los cuerpos combustibles y el calor involucrado es calor de solución, similar a lo que ocurre cuando algunas sustancias, como el ácido sulfúrico, se disuelven en agua.
Los ingeniosos experimentos del último de los “Químicos de Oxford”, John Mayow (1641 – 1679), le permitieron avanzar más que Hooke. Mayow concluyó que el aire contiene dos clases de partículas, una de las cuales se llaman partículas igneo-aéreas, que son tomadas del aire durante la combustión o la respiración, y la otra clase de partículas que son las que quedan después de estos procesos. El calor involucrado en la combustión era debido a la colisión violenta entre las “partículas sulfurosas”, las que, según Mayow, están contenidas en todo cuerpo combustible, y las partículas igneo-aéreas. Mayow también reconoció que la combustión y la respiración son procesos similares en esencia.
La Teoría del Flogisto
El creador de la teoría del flogisto fue Georg Ernst Stahl (1660 – 1734) quien se basó en las consideraciones de Johann Joachim Becher (1635 – 1682) sobre los constituyentes de los cuerpos: el aire, el agua y tres tierras, una de las cuales era inflamable (terra pinguis), otra mercúrica y la tercera fusible o vítrea. Como puede observarse estas tres tierras corresponden a los tres principios de los alquimistas, el azufre, el mercurio y la sal. Stahl en un libro publicado en 1723, Fundamenta Chymiae, populariza las ideas de Becher y a la terra pinguis la llama flogiston, “materia y principio de fuego que no es fuego en sí mismo”. Para Stahl esta sustancia está contenida en todos los cuerpos combustibles, y también en los metales, de los cuales escapa con un movimiento rápido. Además, la sustancia original puede ser de nuevo restituida aplicando flogisto de cualquier material que lo contiene. Con el tiempo la teoría del flogisto fue modificada para tratar de explicar diversas observaciones. Por ejemplo, Cavendish en 1766 sugirió que el “aire inflamable” era el flogisto y Gutton de Morveau en 1772 consideró que el flogisto era más ligero que el aire por lo que reducía el peso de los cuerpos en dicho medio; hasta incluso se le llegó a asignar peso negativo al flogisto. Sin embargo, a pesar de los intentos por mantener viva la teoría del flogisto que cada vez mostraba estar más equivocada, la teoría del oxígeno como causante de la combustión fue la que finalmente se impuso gracias a Lavoisier.
Antoine Laurent Lavoisier: Padre de la Química
A pesar de que Lavoisier (1743 – 1794) no descubrió nuevas sustancias ni mejoró los métodos de preparación, su gran mérito consistió en su capacidad de tomar el trabajo experimental llevado a cabo por otros y colocarlo en un procedimiento riguroso, además de reforzarlo con sus propias explicaciones de los resultados que encontraba en el laboratorio. De esta manera completó los trabajos de Black, Priestley y Cavendish y proporcionó una explicación correcta de los experimentos que ellos habían realizado. Su trabajo se caracterizó por el constante uso de la balanza, aunque él no fue el primero en aplicar los métodos cuantitativos en la química pues como se ha mencionado van Helmont, Boyle y Black ya lo hacían. Lo que sí hizo fue establecer explícitamente la ley de la indestructibilidad de la materia, la cual era usada por diversos químicos en algunos experimentos pero de manera implícita. Hay que resaltar que un químico ruso, Mikhail Vasil’evich Lomosov (1711 – 1765), ya había establecido dicha ley pero sus trabajos eran desconocidos en occidente.
Sus múltiples experimentos lo llevaron a la conclusión que el responsable de la combustión era el oxígeno y en una memoria publicada en 1780 llamada “sobre la combustión” Lavoisier presentó su nueva teoría de la combustión. En ella establece que un cuerpo sólo puede arder en presencia de oxígeno y que el aire se “destruye o se descompone” durante este fenómeno. El incremento en peso del cuerpo que arde es exactamente igual a la cantidad de aire “destruido o descompuesto”. La diferencia con la teoría del flogisto se hace evidente pues según ella el flogisto está en el cuerpo que arde mientras que Lavoisier propone que la sustancia que permite la combustión está en el aire.
Lavoisier también dio una definición de “elemento o principio” químico que en esencia es la misma de Boyle. Sin embargo, debido al avance experimental que se había dado desde la primera definición del científico irlandés, Lavoisier pudo construir una tabla de elementos en la que colocó algunas sustancias conocidas desde la antigüedad como los metales y el azufre. Por supuesto, la lista de los elementos también incluía compuestos que se habían resistido a los medios de separación en sus componentes y también el calórico, “principio de calor”, y el lumínico que en esa época se consideraban elementos.
Los puntos de vista de Lavoisier fueron pronto aceptados por otros científicos y con ayuda de Berthollet, Guyton de Morveau y Fourcroy publicó en 1787 un libro llamado Méthode de Nomenclature Chimique en la que los nombres de las sustancias químicas se cambiaron para colocarlos de acuerdo con su nueva teoría. A partir de este trabajo Lavoisier publicó en 1.789 su obra Traité Élementaire de Chimie la cual se extendió rápidamente y fue traducida a los idiomas más importantes de la época. En el prefacio de dicha obra Lavoisier expuso sus ideas sobre la noción de elemento y su relación con la teoría atómica:
“...si, por el término elemento nos referimos a aquellos átomos simples e indivisibles de los cuales se compone la materia, es muy probable que no sepamos nada acerca de ellos; pero si aplicamos el término elemento... para expresar la idea del último término que el análisis (químico) puede alcanzar, debemos admitir como elementos todas las sustancias en las cuales, por cualquier medio, podemos descomponer los cuerpos. Nada nos autoriza a afirmar que estas sustancias han de considerarse tan simples que no puedan estar compuestas de dos, o aún mayor número de principios; pero dado que estos principios no pueden ser separados (unos de otros), o hasta ahora no hemos descubierto el medio de separarlos, se comportan para nosotros como sustancias simples, y nunca deberíamos suponerlas compuestas hasta que el experimento y la observación nos lo haya demostrado”.
Cinco años más tarde de la aparición de su Traité, las actividades de Lavoiser fueron interrumpidas abruptamente pues el 8 de mayo de 1794 y la edad de cincuenta y cinco años fue guillotinado, durante la época del terror de la Revolución Francesa.

negra”, el fósforo a partir de las cenizas de los huesos, el ácido fosfórico por la acción del ácido nítrico sobre el fósforo y otros tantos.
Electricidad
Siete siglos antes de nuestra era, la ya familiar capacidad mental de Tales de Mileto, especulaba sobre las atracciones de que eran objeto algunos cuerpos livianos por parte de una varilla de ámbar previamente frotada. Nada hacia suponer entonces que con el tiempo se llegaría a tener un conocimiento tan basto y profundo sobre una de las manifestaciones de la fuerza electromagnética: la electricidad.
William Gilbert (1544 – 1603) en Gran Bretaña, en el comienzo de la revolución científica fue quien desempolvó las observaciones de Tales y quién además diferenció en forma cualitativa las dos manifestaciones del electromagnetismo. Realizó un estudio de los imanes para mejorar la brújula empleada en navegación. Fue el primero en utilizar el término griego para ámbar, “elektron”, Sin embargo, en esta primera etapa de estudio, la electricidad y el magnetismo fueron consideradas como dos fuerzas completamente diferentes. En seguida, el interés por el estudio de los fenómenos eléctricos recibió su impulso definitivo de manos de un hombre no menos interesante, Otto von Guericke (1602 - 1686) el conocido alcalde de Magdeburgo. En 1663 von Guericke ideó la primera máquina para electrizar. Esta primera máquina electrostática consistía de una esfera de azufre, a la que se hacía girar y rozar con la mano; Newton sugirió usar un balón de vidrio en lugar del de azufre. F. Hawksbee mejoró el diseño básico.
Varios diseños por distintos investigadores se produjeron en la primera mitad del siglo. Para 1784, la máquina de van Marum podía producir electricidad positiva o negativa. Ese mismo año, construyó un máquina electrostática muy grande, de gran calidad, hoy en el museo Teylers de Holanda.
Previamente Stephen Gray (1669 – 1736) en Gran Bretaña y Charles Francois Du Fray (1698 - 1739) en Francia, hicieron sus respectivos aportes al entendimiento de la Electricidad hacia el final del siglo XVII, el primero recordado por el descubrimiento del fluido y la conducción eléctrica y Du Fray por su parte, por enunciar la existencia de dos tipos de fluido eléctrico a los que denominó vítreo y resinoso debido al tipo de sustancias que, respectivamente mejor los transportaba.
En 1745 s Se desarrolla lo que daría paso al Condensador Eléctrico, la botella de Leyden por E. G. Von Kleist (1700-1748) y Pieter Van Musschenbroeck (1692-1761) en la Universidad de Leyden, con esta botella se almacenó electricidad estática.
Benjamin Franklin (1706 – 1790), estadounidense, a mediados del siglo XVIII, desarrolló la teoría de que la electricidad es un fluido que fluye desde donde hay más, positivo, a donde hay menos, negativo, dando origen a dos tipos diferentes de electricidad, ya mencionados por Du Fray. Por ese tiempo conmovió al mundo científico y no científico de la época con sus experimentos y conclusiones acerca de los truenos y relámpagos de las tempestades al demostrar que los rayos son descargas eléctricas; e inventó el pararrayos.
La electricidad se presentaba entonces como un apetitoso manjar para el cerebro y así lo entendió Charles Agustin Coulomb (1736 – 1806), francés. Este científico en 1785, luego de trabajar con esferas cargadas eléctricamente en una balanza de torsión, públicamente postuló la existencia de una relación de proporcionalidad directa entre la fuerza eléctrica y el producto de las cargas y otra inversa entre la fuerza y el cuadrado de la distancia; estas relaciones habían sido descubiertas varios años antes por Joseph Priestley pero dadas las especiales características de este personaje no fueron muy aceptadas.
El entusiasmo generado por el desarrollo de la electricidad, significó que esta se convirtiera en una de las herramientas más utilizadas para la experimentación y fue de esta manera como Cavendish también en el año 1785, hizo uso de la electricidad haciendo saltar una chispa en el aire, logrando así obtener algunos compuestos y casi que descubrir ciertos gases nobles como el Argón.
El físico italiano Luigi Galvani (1737 – 1827) realizó un monumental estudio de la electricidad en los seres vivos; en 1780, cuando diseccionaba una rana inmovilizada por un gancho de bronce, tocó el anca con su bisturí de acero y el anca se encogió. Galvani atribuyó la contracción al anca misma, y la llamó, “electricidad animal”.
Su colega y amigo Alessandro Volta (1745 – 1827), interpretaría el fenómeno como resultado del contacto de los dos metales en un medio húmedo; comenzó a experimentar para probar su hipótesis y en 1800 inventó la primera batería verdadera a la que llamó Pila Voltaica. Ésta consistía de pares de discos de cobre y zinc apilados uno encima de otro, separados por cartón empapado en salmuera (agua salada), capaz de producir corriente continua. Volta lo expuso ante la Royal Society el 20 de marzo de ese mismo año. Este invento le representó fama y reconocimiento al tiempo que se hizo imprescindible en el laboratorio de cualquier investigador, bien fuera médico, físico o químico.
A pesar de varias deficiencias, como el chorreo de la salmuera o la corta duración de la batería – una hora a lo sumo – la batería produjo corriente eléctrica continua que hizo posible muchos nuevos experimentos y descubrimientos.
Entre los primeros en utilizar la pila de Volta a fin de estudiar la naturaleza de la materia fue William Nicholson (1753 – 1815) y William Nicholson en Gran Bretaña; sus experiencias se hallan consignadas en la obra que publicó bajo el título "Diccionario de Química práctica y teórica" donde se destaca principalmente su experimento de la electrólisis del agua en el cual haciendo uso de una pila de Volta, introdujo dos electrodos conectados a ésta en agua con la consecuente separación de Hidrógeno y Oxígeno. Esto sucedía solamente tres meses después de que Volta, el genio italiano de la electricidad, realizara su invento; indudablemente la eficiencia de la comunicación oportuna de los inventos y descubrimientos estaban haciendo que el hombre presionara, cada vez con más fuerza, el acelerador del progreso en la
Una Lluvia de Metales Novedosos
A la luz de la definición de elemento dada por Boyle en el Químico Escéptico eran pocas las sustancias que se conocían al final del siglo XVIII. Se trata de sustancias que se hallan libres y generalmente en forma abundante dentro de la naturaleza o haciendo parte de algunos óxidos simples y de cuyo descubridor no se tiene el menor indicio; es el caso del Oro, la Plata, el Cobre, el Estaño y el Hierro, además de los ya mencionados Mercurio, Azufre y Plomo que se conocen desde la antigüedad aunque debe diferenciarse de los elementos propiamente dichos y los principios que tales nombres representaban. Otro de los conocidos desde épocas muy pretéritas por su abundancia y sobre todo por la belleza que presenta en su forma de diamante es el Carbono. En cuanto a la contribución de la Alquimia al descubrimiento de elementos se puede citar ya nombres y figuran el Arsénico de Alberto Magno, los de Basilius Valentin: Bismuto y Antimonio y el Zinc de Teofrastos Bombastus, Paracelso. La verdadera época del descubrimiento de las sustancias fundamentales todavía acababa de empezar.
Con la poderosa herramienta que significaba la clara descripción que de un elemento había hecho Boyle, solo fue cuestión de algún tiempo para que los "elementos" de los filósofos y los "principios" de los alquimistas comenzaran a sentir el suave barro de los pedestales sobre los cuales habían permanecido erigidos comenzando entonces el proceso de la determinación de las "nuevas" sustancias fundamentales. Era evidente que el interrogante de la antigüedad sobre la esencia de la materia estaba planteado en otros términos que hacían más fácil la búsqueda de su respuesta.
En 1669 correspondió a Henning Brand (c.1630 – 1670) ser el primer descubridor de un elemento por medios químicos. Como alquimista, estaba motivado por la búsqueda de la piedra filosofal, Brand trató cantidades de orina por un proceso detalladamente expuesto por el propio alquimista que involucraba en primera instancia una evaporación y en segunda una sublimación obteniendo una pasta de color blanco que brillaba en la oscuridad y altamente inflamable. Brand fue consciente de que había obtenido un nuevo elemento y dadas sus cualidades lo denominó Fósforo.
Al enviar su descubrimiento a la Royal Society de Londres, Boyle repitió el experimento y luego hizo una cuidadosa descripción del nuevo elemento.
ANALIZANDO LAS ROCAS
La ciencia de la mineralogía, una de las ciencias de la Tierra, tiene en la antigua Grecia sus comienzos. No es de extrañar que sean Aristóteles (384 -322 a.C.) y su discípulo Teofrasto (370 – 185 a.) los primeros en describir minerales y sus propiedades, junto con explicaciones metafísicas. Aristóteles en su obra Meteorologica, y Teofrasto en De Mineralibus, dividieron los minerales en dos categorías: los afectados por el calor y los afectados por la humedad, como base de una teoría metafísica de la emanación, punto de partida de ideas posteriores sobre la generación de metales en la tierra, que se mantuvieron a través del Islam y de la Edad Media.
Existe una amplia literatura antigua sobre la descripción de los minerales entre las que le encuentra la de Plinio el Viejo (23 – 79) a la que dedica 5 volúmenes de su obra Naturalis Historia (77 d.C.) en las que clasifica ‘tierras, metales, piedras y gemas’. Los antiguos llegaron a reconocer no más de 350 minerales.
A principios del siglo XVI, el trabajo de un científico alemán, Georg Bauer, conocido como Georgius Agricola (1494 – 1555) titulado Bermannus, sive de re metallica dialogus (1530) se considera el punto de partida oficial de la mineralogía como ciencia moderna. Continuó con De veteribus et novis metallis en 1546 para culminar con la más conocida de sus obras, De re metallica de 1556. Este impresionante trabajo describe la minería, refinamiento y fundición de metales junto con discusión geológica de las minas, prospección, construcción de minas y ventilación. Su obra fue la máxima autoridad en el tema por los doscientos años siguientes. Se le conoce como “Padre de la Mineralogía”.

1734-EL COBALTO.
Correspondió precisamente al hijo de un boticario ser el iniciador de la nueva era de los descubrimientos de la esencia de la materia. Georg Brandt (1694 – 1768), químico sueco, era además de médico titulado un experimentado conocedor de la metalurgia. Su interés por la química era notable, Brandt negaba la posibilidad de la transmutación y se reía de la posible existencia de una piedra filosofal; su trabajo serio lo llevó a ocupar cargos importantes como la dirección del Departamento de Minas de su país. Estudiando como era su costumbre las características de los metales, se enfrentó al problema de una roca azul que se hallaba en las minas en compañía del Cobre, Brandt haciendo uso del método clásico de análisis, descubrió la presencia de una sustancia hasta entonces desconocida de color blanco rojizo, dura, difícil de fundir y que era atraida por los imanes como el hierro pero a diferencia de este, su "herrumbre" era de color azul; además cumplía con todas las exigencias de Boyle para la caracterización de un elemento. Brandt llamó a esta nueva sustancia elemental Cobalto, pues los mineros alemanes le habían dado ese nombre (Kobold, Gobelino o espíritu maligno) a la roca de la cual él la había extraído.

1742 -EL PLATINO.
Desde el inicio de la colonización, en la explotación del oro en el nuevo continente, en la Nueva Granada, hoy Colombia, se descubrió un metal que parecía de menor calidad que la plata. El descubrimiento se atribuye a un español llamado Antonio de Ulloa (1716 – 1795). Ulloa era marinero y un hombre dedicado al estudio y a la investigación, siendo muy joven pero destacado ya, fue enviado en 1735 al Continente Americano para que en el Ecuador midiera el arco de un grado de meridiano; diez años duró tal misión y justamente alrededor de 1742 cuando se trasladaba de Colombia hacia el Ecuador descubrió la existencia de extrañas y minúsculas piedras blancas de aspecto muy similar al de la plata. El descubrimiento solo se legalizó en 1745 después de su regreso al viejo continente donde fue tomado prisionero por los ingleses lugar en que trabajó sobre su nuevo metal al que llamó Platino, caracterizándose este por ser muy dúctil y maleable pero difícil de fundir. Antonio de Ulloa con frecuencia es considerado como uno de los hombres más brillantes de Europa, fundo el Observatorio Astronómico de Cádiz y fue autor de muchos escritos sobre Astronomía y Física además de haber sido un destacado político.
1751- EL NIQUEL.
Siguiendo la tónica de analizar las rocas encontradas en las minas, a lo que estaban dedicados gran parte de los químicos y no químicos de la época, nuevamente, como en el caso del Cobalto se halló un elemento de una roca común en las minas de cobre. En efecto, un alumno de Brandt, Axel Fredrik Cronstedt (Suecia, 1.722-1.765) utilizando el mismo método que le hubiera enseñado su profesor, analizó una roca de color verde a la que los alemanes llamaban "cobre de Nick" o cobre del diablo (Kupfernick), obteniendo de aquí un metal (no muy puro) al que llamó (y en esto también siguió el ejemplo de su maestro) Níquel. Cronstedt ante todo era mineralogista y fue el primero en introducir el uso del soplete en el estudio de los minerales, al crear un incipiente de estos aparatos a nivel del laboratorio.
Carl Wilhem Scheele (1742 – 1786) famoso no solo por descubir el Oxígeno, y tener el mérito del descubrimiento del Cloro, sin saber que se trataba de un elemento nuevo,
participó también en el descubrimiento de otros elementos no gaseosos. Este químico, además de Boticario, conocía más sobre la nueva Ciencia que cualquiera de sus contemporáneos al punto de que fue elegido miembro de la Academia Real de Ciencias de Suecia, lo que reflejó el conocimiento que de sus capacidades por la época se tenía. Scheele mantuvo relaciones científicas y amistosas con varios destacados pensadores e investigadores e influyó de manera definitiva en muchos de ellos. Los dos elementos que estaban próximos a ser descubiertos, no figuran a nombre de este genio sueco pero puede atribuírsele gran parte del mérito de estos hallazgos a su laborioso trabajo.
En Suecia desde el descubrimiento del Níquel se seguía trabajando básicamente con el mismo método analítico de Brandt pero los resultados no habían sido muy positivos con los minerales estudiados. Cerca de veinte años después del descubrimiento del Níquel, los mineralogistas habrían de encontrar otros elementos en las rocas.
1774- EL MANGANESO.
Scheele había estado trabajando al igual que otros químicos y mineralogistas en el análisis de una roca que era utilizada para dar la coloración violeta a los cristales, a la que llamaban Manganeso. Estaba muy avanzado en su estudio y sin embargo no había logrado completar satisfactoriamente el aislamiento de elemento alguno del mineral en cuestión; entonces fue su amigo el mineralogista sueco Johan Gottlieb Gahn (1745 – 1818) quien logró finalmente aislar un nuevo elemento haciendo uso del método clásico de análisis con pequeñas variaciones tales como calentarlo en aceite y carbón. Siguiendo con la tradición de los mineralogistas suecos de llamar a los metales como la roca de la que habían sido aislados (Cobalto y Níquel) Gahn denominó al nuevo elemento Manganeso.
1781- MOLIBDENO.
Otra roca a la que llamaban molibdena fue a sugerencia de Scheele estudiada por el mismo método que usó Gahn por otro mineralogista sueco Peter Jacob Hjelm (1743 – 1813) quién logró aislar un elemento nuevo el cual como era de esperarse fue llamado Molibdeno. Tanto Gahn como Hjelm revitalizaron el análisis de los minerales y el impulso que le dieron a este tipo de análisis duró lo suficiente para que en los años inmediatamente siguientes se encontraran nuevos elementos. El método se fue refinando hasta convertirse en una poderosa herramienta de búsqueda.
1782- TELURIO.
El descubrimiento del Telurio rompió con la racha de descubrimientos suecos. Fue un abogado austriaco, aficionado a la mineralogía, quién logró el nuevo éxito. Franz Joseph Muller Freiherr von Reichenstein (1740 – 1825), húngaro, estudiando un mineral involucrado con el Oro, aisló un elemento nuevo; sin embargo el descubrimiento fue prácticamente ignorado por algunos años hasta que estudiosos posteriores notaron su validez.
1783- EL TUNGSTENO.
Una vez más Scheele había estado estudiando un mineral conocido en Suecia como Tungsteno pero no había hallado la forma de aislar el elemento que él sospechaba contenía tal mineral. Correspondió en esta oportunidad a los españoles Juan José (1754 – 1796) y Fausto de Elhuyar (1755 – 1833), también por métodos aprendidos de los suecos, ser la persona que se le adelantó a Scheele. Elhuyar logró separar un nuevo elemento de la roca de Tungsteno y a este en la actualidad se le conoce bajo dos denominaciones, la original Tungsteno y como Volframio. Fausto fue enviado por la corona española al nuevo continente como supervisor de minas junto con su hermano José, quién murió en las luchas de Independencia en Santafé de Bogotá, Colombia; sin embargo Fausto logró regresar a España donde murió.
Una Lluvia de Metales Novedosos (continuación)
CUATRO MINERALES PARTICULARES
Al tiempo que Lavoisier buscaba afanosamente satisfacer su anhelo de encontrar el elemento que jamás halló, el alemán Martin Heinrich Klaproth (1743 – 1817) descubriría multitud. La producción de Klaproth en este campo fue sobresaliente destacándose además su gran sentido de la ética al dar el correcto crédito a los descubridores de los elementos por él estudiados y cuyo hallazgo estaba siendo atribuido a su cosecha. Uno de estos casos se presentó con el elemento que Klaproth llamó Telurio y con el que prácticamente sacó del anonimato a su verdadero descubridor Muller. El otro corresponde precisamente a un elemento descubierto posteriormente a los encontrados por el propio Klaproth.
1789 EL CIRCONIO Y EL URANIOA pesar de haber sido Boyle el fundador del método analítico del que se valieron muchos químicos para sus estudios, a Klaproth se le ha conocido como el Padres de la Química Analítica debido al elevado número de aciertos que cosechó haciendo uso de los procedimientos propios de esta, hoy, una de las ramas de la Química. Los elementos encontrados por este alemán se debieron al análisis de dos tipos diferentes de rocas, la primera una piedra semipreciosa conocida como Circón, de la que por medio del análisis clásico, aisló una sustancia que él mismo consideró el óxido de un nuevo elemento; obviamente a este elemento lo llamó Circonio. La segunda, una extraña roca negra y pesada que se conocía con el nombre de Plechblenda a la cual después de cerca de dos años de estudio le extrajo lo que al parecer él consideró un nuevo elemento, a pesar de que lo que había logrado aislar era justamente su óxido. De cualquier forma fué Klaproth el primero en llamar la atención acerca de un nuevo elemento en tal mineral y debido al logro astronómico de 1.781 consistente en el descubrimiento del séptimo planeta del sistema solar el único que no giraba en el mismos sentido ni en el mismo plano de los demás, al que habían llamado Urano, el químico alemán denominó al nuevo elemento Uranio.
1791 EL TITANIO. 1793 EL ESTRONCIOKlaproth siguió trabajando con estas extrañas rocas operando su disolución ácida para la posterior precipitación de un óxido. En el año de 1.795 habló del resultado del análisis de un tipo particular de arena, el que consistía en la separación de otro óxido de un nuevo elemento al que llamó Titanio; nuevamente su sentido de la ética lo llevó a reconocer que el primero en haber mencionado este tipo específico de sustancia había sido, cuatro años atrás, el mineralogista William Gregor (Gran Bretaña, 1.761-1.817) quién había estudiado en Cambridge y asombrado por el extraño hallazgo de una arena negra, la estudió varios años concluyendo que en realidad se trataba de una sustancia nueva. El hallazgo pues corresponde a Gregor y el nombre a Klaproth. En forma en todo similar, para 1793 había identificado el estroncio.


MINERALES DESCONOCIDOS.

La búsqueda de elementos se convertía cada día en un propósito más específico y los químicos dedicados a este oficio se habían convertido en verdaderos detectives del oficio. El análisis de materiales de conocimiento común para el posible hallazgo de sustancias elementales, estaba cayendo en desuso debido al éxito del análisis químico. Era menester encontrar principalmente rocas, arenas y tierras que no fueran de iterativa aparición y por lo tanto objeto de aun menos frecuente estudio para que el exitoso método analítico rindiera los frutos esperados.
1794- EL ITRIO.En la época, a los óxidos de los metales que eran insolubles en agua y que además no se descomponían al ser calentados se les denominaba Tierras; en esta clasificación cabían por tanto el Oxido de Calcio, de Hierro, de Silicio, y otros incluyendo los que había trabajado poco antes Klaproth. Dentro de la búsqueda de sustancias poco conocidas se empezó a aislar óxidos de las características antes mencionadas y por lo tanto se denominaron Tierras Raras. El primero en aislar una de estas tierras fue el químico finlandés Johan Gadolin (1760 – 1852) quién trabajando en una roca encontrada en una cantera de Ytterby aisló un óxido del que dijo contenía un nuevo elemento al que llamó Itrio, el mineral estudiado por el finlandés contendría según descubrimientos posteriores muchos elementos de las llamadas tierras raras.
1797- EL CROMO Y EL BERILIO.Es sorprendente notar cómo, mientras hombres de destacada inteligencia dedicaron prácticamente toda su vida a encontrar un elemento sin conseguirlo, un químico (no menos capaz) lograba descubrir dos el mismo año. Tal evento había sucedido ya con el sorprendente Klaproth y se repitió en 1797 cuando el francés Louis Nicolas Vauquelin (1763 – 1829) reconoció la existencia de dos elementos. El primero en una sustancia que generaba compuestos multicolores la cual procedía del desierto helado de Siberia; al elemento aislado de tal mineral lo denominó Cromo. El segundo, como resultado del análisis de las piedras semipreciosas esmeralda y berilio; al nuevo elemento lo llamó berilio. Vauquelin fue otro de los boticarios destacados en la Química, quién además llegó a ser catedrático universitario.
1801- EL NIOBIO.Al igual que el Platino, el Niobio tiene su origen en el nuevo continente. En Estados Unidos se encontró un extraño mineral el cual fue analizado en Inglaterra por Charles Hatchett (1765 – 1874) quién después de un exhaustivo análisis determinó que contenía un nuevo elemento; puesto que el elemento provenía de la tierra de Colon este fue llamado por Hatchett, Columbio. Al año siguiente el descubrimiento de otro elemento de similares propiedades puso en tela de juicio la existencia del Columbio como una sustancia elemental diferente, sin embargo luego se comprobó su individualidad y el elemento fue rebautizado con el nombre de Niobio (nombre dado por el alemán Heinrich Rose basado en el nombre de Niobe, hija del mitológico Tantalo y nieta de Zeuz).
1802- EL TANTALIO.Anders Gustaf Ekeberg (Suecia, 1.767-1.813) uno de los difundidores de la química de Lavoisier en Francia, fue el encargado de descubrir el Tantalio. Este hallazgo lo hizo a partir de minerales encontrados también en Ytterby. Aunque el Tantalio a diferencia del Itrio no posee las características de una tierra rara, la nueva sustancia era inmune a la acción de los ácidos y al parecer por esa propiedad se le comparó con el mitológico hijo de Zeuz, Tantalo.
1.803- EL CERIO.El hallazgo de una nueva roca en una de las haciendas de la familia, hizo entrar en sospechas al mineralogista Wilhelm Hising (Suecia, 1.766-1.852), conocido como Hisinger debido a sus abolengos nobiliarios. Hising hizo conocer el nuevo mineral a varios químicos de la época para que adelantaran estudios con él. Sin embargo fue él mismo después de una larga y tesonera labor de análisis quién advirtió la presencia de un nuevo elemento al que llamó, influenciado por los astrónomos (como le había sucedido a Klaproth con el Uranio), Ceres.

1.803- EL PALADIO Y EL RODIO.
En el mismo año en que Hising concluía con éxito su larga labor, el hijo de un clérigo, descubridor de un método orfebre para el martilleo del metal precioso, Platino, William Hyde Wollaston (Gran Bretaña, 1.766-1.828) descubrió en el mismo año otros dos elementos. Tales elementos se encontraban como impurezas del Platino, y luego de aislarlos los nombró: Paladio por el recién descubierto asteroide Palas y Rodio por su color rosado.

1.804- EL OSMIO Y EL IRIDIO.
Los dos últimos elementos hallados en este periodo que se caracterizó por el estudio de rocas y gases en base al método de análisis clásico, estuvieron a cargo de otro hijo de un clérigo, Smithson Tennant (Gran Bretaña, 1.761-1.815), tuvo como ayudante suyo a Wollaston y por una halagadora coincidencia entró a la galería de la fama con los mismos méritos que su discípulo. Los hallazgos del ingles consistieron en un elemento al que llamó Iridio y otro al que llamó Osmio de las voces griegas Iris
Los Naturalistas

El estudio de los seres vivos se inició tardíamente comparado con la física y aún la química debido a la mayor complejidad de los organismos comparada a la de los cuerpos inanimados o las fuerzas naturales. En el siglo anterior, Harvey había demostrado que los fenómenos relativos a la vida podían estudiarse experimentalmente al demostrar la circulación de la sangre, pero no tuvo sucesores por más de cien años. Por mucho tiempo, los estudiosos de la naturaleza tuvieron que conformarse con clasificar las formas vivas lo mejor que pudieran e intentar aislar y estudiar aspectos de los sistemas vivos. Luego de la exploración del planeta, una avalancha de nuevos especimenes tanto vegetales como animales exigían una descripción apropiada, lo que impulsó el desarrollo de la taxonomía. El gran impulsor en pleno siglo XVIII, fue el sueco Carl von Linné, conocido por su nombre latinizado, Linnaeus, y de ahí a Lineo, quien introdujo un sistema racional de nomenclatura doble, enfocado en algunas estructuras clave. Las críticas a lo artificial del sistema alentaron nuevos intentos de búsqueda de clasificación más natural. Así, la atención se centró en el organismo como un todo y se reforzó la creciente intuición de que las especies están, de alguna manera, relacionadas genéticamente.
Entre los aportes importantes en el siglo XVII, se encuentra el de Robert Hooke, (1635 – 1703) por su fascinación por el microscopio; en su obra Micrographia de (1665), Hooke describe el uso del microscopio compuesto que él mismo había inventado. Acuñó la palabra «célula» para caracterizar los espacios angulares que había observado en una delgada sección de corcho. Desde entonces, el término ha pasado a denotar las unidades limitadas por una membrana características de plantas y animales.
Había llegado a Londres en 1660 donde formó parte del grupo de hombres que fundaron, en 1662, la Royal Society. Fue el administrador de la Sociedad, y una de las tareas correspondientes a su cargo consistía en exponer «tres o cuatro experimentos de interés» en cada una de las reuniones semanales y pronto sería conocido como un experimentador prolífico. Tras el gran incendio que arrasó la ciudad, colaboró con el gran arquitecto Christopher Wren (1632 - 1723) en la reconstrucción de la ciudad. De carácter enérgico e inconformista, Hooke se vio envuelto en numerosas disputas sobre cuestiones acerca de la paternidad de algún descubrimiento, en especial con Newton.
Durante la década de 1660 a 1670 desarrolló sus teorías sobre la gravedad, al igual que otras muchas, llegando a sugerir, en 1679, que el valor de su fuerza depende de una ley del cuadrado inverso, aunque nunca pudo probarlo. Luego alegó que sus ideas habían sido de una gran utilidad para Newton. Lo que sí es cierto es que el aparato matemático y el genio de este último lograron elaborar con brillantez el tema de la gravedad, y no dudó en resistirse enérgicamente a las pretensiones de prioridad de Hooke.
El verdadero impulsor de las ciencias de la vida fue Carl von Linné, (1707 – 1778) quien desde pequeño mostró una profunda dedicación a las plantas. En la universidad de Uppsala, la más prestigiosa de Suecia, desde 1728, dedicó la mayor parte de su tiempo a recoger y estudiar plantas; debido a que detectó errores en la clasificación botánica, inició una nueva clasificación. Hasta entonces, la botánica formaba parte muy importante en el estudio de la farmacología, ya que los doctores tenían que preparar y prescribir medicinas derivadas de plantas.
En 1731 Linneo organizó una expedición botánica y etnográfica a todo lo largo y ancho de Suecia, y otra en 1734. Viajó a los Países Bajos (Holanda) en 1735. Ese mismo año publicó la primera edición de su clasificación de los seres vivos el "Systema Naturee" (Sistema Natural). En 1741 consiguió el nombramiento como profesor y restauró el jardín botánico, sembrando las plantas de acuerdo a su sistema de clasificación, e hizo tres expediciones más, a diversas partes de Suecia que sirvieron como inspiración para toda una generación de estudiantes. A sus alumnos más destacados, como los naturalistas Daniel Solander, Pehr Kalm, Anders Sparrman, entre otros, los animó a realizar expediciones por todo el planeta lo que permitiría ir revisando su Systema Naturee que se convirtió en un trabajo de mucha importancia, ya que cada vez lo modificaba más y más con nuevos especimenes de plantas y animales que le enviaban desde todo el mundo. También en 1751 publico Filosofía botánica, su obra más influyente, porque en ella afirmaba que era posible crear un sistema natural de clasificación a partir de la creación divina, original e inmutable de todas las especies. Su admiración por las maravillas de los seres vivos la expresó así: "La creación de la tierra es la gloria de Dios, tal como sólo el hombre lo ve por las obras de la naturaleza". El estudio de la naturaleza revelaría el orden divino de la creación de Dios, y el trabajo del naturalista era construir una clasificación natural que revelaría este orden en el universo.
Se le considera el padre de la taxonomía, ciencia que estudia la clasificación de animales y plantas, y la base de su clasificación de las plantas fue el arreglo de sus órganos reproductores, que fue altamente controversial en su día. Para Linneo, las especies de organismos eran entidades reales, que podían agruparse en categorías superiores llamada Géneros. Esto no era nada nuevo; desde Aristóteles, los biólogos habían usado el término género para un grupo de organismos similares. Los naturalistas de su época usaban, con frecuencia, criterios arbitrarios para agrupar los organismos, colocando juntos todos los animales domésticos o todos los animales acuáticos. En parte la innovación de Linneo fue el agrupamiento de taxones superiores en órdenes, órdenes en clases y clases de reinos. Linneo simplificó a un nombre latino para indicar el genero y con un nombre abreviado para la especie y ambos recibían el nombre binomial, así llamo a la rosa silvestre, rosa canina. El sistema binomial se convirtió rápidamente en el sistema standard para nombrar las especies. Su sistema, la clasificación jerárquica y la nomenclatura binomial, muy modificadas, ha permanecido durante más de 200 años como estándares. Sus escritos han sido estudiados por todas las generaciones de naturalistas. Y la búsqueda por un sistema natural de clasificación todavía continúa.

Georges Louis Leclerc Conde de Buffón, francés, (1707-1788), Viaja por Suiza e Inglaterra, tomando contacto con los científicos de ambos países. Será nombrado director del Jardín Botánico de París y en 1739 es elegido miembro de la Academia de Ciencias y de la Francesa en 1753. Se dedicó en gran parte a explicar la vida y costumbres de los animales y la relación que estos tenían con el medio ambiente, con lo que se le considera el fundador de la ecología. Basaba sus explicaciones en las observaciones, y apoyaba su trabajo en causas empíricas. Describió los hechos de la naturaleza, el volcanismo, la vegetación, los animales, con un estilo y claridad que lo ha hecho merecedor de ser reconocido como un gran escritor, y que sus obras hayan tenido gran trascendencia en el mundo. Para el los escritos deben cumplir ciertas reglas: y una de ellas debe ser el orden. Las ideas han de estar perfectamente claras y con un orden especial, condición indispensable para conseguir que el texto tenga armonía. La belleza no se conseguirá por el rasgo ingenioso y extenso de los datos sino que juega un papel sumamente importante la forma como están enlazadas las partes y de la exactitud de las palabras elegidas. Y por eso Leclerc decía que: "Escribir bien es, a la vez, pensar bien, sentir bien y expresarse bien".
Su principal obra fue Historia natural, un trabajo en 36 volúmenes publicado entre 1749 y 1789, donde ofrece la primera versión naturalista de la historia de la Tierra no basada en la Biblia, incluyendo una completa descripción de sus características mineralógicas, botánicas y zoológicas. Su obra se convirtió en una de las obras literarias más conocidas del Siglo de la Razón. Luis XV le nombró en 1773 conde de Buffon, en reconocimiento a su papel en la comunidad intelectual y política francesa.
Georges-Louis Leclerc era acérrimo contradictor del sistema de clasificación de Linneano por considerarlo superficial, de modo que propuso una clasificación práctica de los animales basada en el estudio de los caracteres intrínsecos, ofreciendo una visión general y coherente de la naturaleza, sentando así las bases para una taxonomía animal.
Con base en su distribución y su lugar de origen, estableció la presunción que enunció de la siguiente manera "ninguna especie de una zona tórrida de un continente se encuentra en otro". Esta presunción se conoció como la ley de Buffon y más adelante en el siglo XIX se generalizó para todos los mamíferos, aves, reptiles, insectos y plantas, se aplicó no sólo a las especies del Viejo y Nuevo Mundo, sino a las cualquier región del planeta separada por algún tipo de barrera.
Jean Baptiste Antoine Pierre de Monet de Lamarck, naturalista francés (1744 – 1829), fue a vivir a París donde se interesó por la botánica estimulado por Rousseau. En su obra Flora francesa (1778) utilizó por vez primera una clave dicotómica para clasificar las plantas; esta obra le ganó la confianza de Buffon y le abrió las puertas de la Academia de Ciencias. Buffon confió a Lamarck la dirección de una misión científica por Europa central (1780), con el objetivo de enriquecer las colecciones de plantas del Jardín du Roi. Con la llegada de la Revolución a la que Lamarck se adhirió plenamente, gestionó la transformación del Jardín du Roi en Musée National d'Histoire Naturelle.
En 1793 se le encargó la cátedra de animales inferiores (insectos y gusanos) donde trató por primera vez de la evolución de los animales y de las plantas, formulando ya desde entonces las tesis esenciales de su doctrina transformista, basada en la herencia de los caracteres adquiridos, la ley del uso y del desuso y la tendencia al progreso de la materia viviente, amparándose asimismo en otros principios actualmente obsoletos como la generación espontánea (lamarckismo). Dicha doctrina adquiere su punto culminante con la publicación, en 1809, de su obra capital, Filosofía zoológica (1809), donde concretó su concepción de la evolución de los animales como regida por cuatro leyes fundamentales; de éstas, la segunda y esencial enunciaba que la producción de nuevos órganos era debida a la aparición y persistencia de nuevas necesidades. La originalidad, pese a la endeblez de los mecanismos propuestos, fue mal aceptada e incomprendida por sus coetáneos.
Aunque su contribución a la ciencia incluye trabajos sobre meteorología, botánica, química, geología y paleontología, es especialmente conocido por sus estudios sobre la zoología de los invertebrados y por su teoría sobre la evolución. Publicó una impresionante obra en siete volúmenes, Historia natural de los animales invertebrados, (1815-1822).
(color) y Osme (olor).

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Robert Boyle

(Lisemore, actual Irlanda, 1627-Londres, 1691) Químico inglés, nacido en Irlanda. Pionero de la experimentación en el campo de la química, en particular en lo que respecta a las propiedades de los gases, los razonamientos de Robert Boyle sobre el comportamiento de la materia a nivel corpuscular fueron los precursores de la moderna teoría de los elementos químicos. Fue también uno de los miembros fundadores de la Royal Society de Londres.

Robert Boyle

Nacido en el seno de una familia de la nobleza, Robert Boyle estudió en los mejores colegios ingleses y europeos. De 1656 a 1668 trabajó en la Universidad de Oxford como asistente de Robert Hooke, con cuya colaboración contó en la realización de una serie de experimentos que establecieron las características físicas del aire, así como el papel que éste desempeña en los procesos de combustión, respiración y transmisión del sonido.

Los resultados de estas aportaciones fueron recogidos en su Nuevos experimentos físico-mecánicos acerca de la elasticidad del aire y sus efectos (1660). En la segunda edición de esta obra (1662) expuso la famosa propiedad de los gases conocida con el nombre de ley de Boyle-Mariotte, que establece que el volumen ocupado por un gas (hoy se sabe que esta ley se cumple únicamente aceptando un teórico comportamiento ideal del gas), a temperatura constante, es inversamente proporcional a su presión.
En 1661 publicó The Sceptical Chemist, obra en la que ataca la vieja teoría aristotélica de los cuatro elementos (tierra, agua, aire, fuego), así como los tres principios defendidos por Paracelso (sal, azufre y mercurio). Por el contrario, Boyle propuso el concepto de partículas fundamentales que, al combinarse entre sí en diversas proporciones, generan las distintas materias conocidas.

Su trabajo experimental abordó asimismo el estudio de la calcinación de varios metales; también propuso la forma de distinguir las sustancias alcalinas de las ácidas, lo que dio origen al empleo de indicadores químicos. Protestante devoto, Robert Boyle invirtió parte de su dinero en obras como la traducción y publicación del Nuevo Testamento en gaélico y turco.

Principales trabajos


Portada de la primera edición de The Sceptical Chymist, 1661.

Matraz de autollenado de Boyle, una imposible máquina de movimiento perpetuo, que se rellena a sí misma por la acción de un sifón ("movimiento hidrostático perpetuo").
Las siguientes son algunas de las más importantes de sus obras:
  • 1660 - Nuevos experimentos físico-mecánicos: Tocar la primavera del aire y sus efectos
  • 1661 - El Químico escéptico
  • 1663 - Consideraciones tocar la utilidad de la Experimental de la filosofía natural (seguido de una segunda parte en 1671)
  • 1664 - Experimentos y tocar Consideraciones de colores, con las observaciones en un diamante que brilla en la oscuridad
  • 1665 - Nuevos Experimentos y observaciones sobre la fría
  • 1666 - La paradoja hidrostática ").7
  • 1666 - Origen de las formas y calidades de acuerdo a la filosofía corpuscular
  • 1669 - Una continuación de su trabajo en la primavera de aire
  • 1670 - Ha demostrado que una reducción de la presión ambiental puede conducir a la formación de burbujas en el tejido vivo. Esta descripción de una víbora en un vacío fue el registrado primera descripción de la enfermedad por descompresión.8
  • 1670 - Extensiones de las cualidades Cósmico de las cosas, la temperatura de la Subterraneal y Regiones submarino, el fondo del mar, & c. con una introducción a la Historia de cualidades particulares
  • 1672 - Origen y virtudes de las gemas
  • 1673 - Ensayos de la astucia extraño, gran eficacia, naturaleza determinada de efluvios
  • 1674 - dos volúmenes de escritos sobre la salinidad del mar, las sospechas acerca de las realidades ocultas del aire, frío, imanes celestes, animadversión de los Problemata Hobbes de vacío
  • 1676 - Los experimentos y las Notas sobre el origen mecánico o de producción de cualidades particulares, incluyendo algunas notas sobre la electricidad y el magnetismo
  • 1678 - Observaciones sobre una sustancia artificial que brilla sin ninguna ilustración anterior
  • 1680 - el Noctiluca aérea
  • 1682 - Nuevos Experimentos y observaciones sobre el Noctiluca Icy
  • 1682 - una continuación más de su trabajo en el aire
  • 1684 - Memorias para la Historia Natural de la sangre humana de la Historia
  • 1685 Memorias del corto experimental natural para las aguas minerales
  • 1686 - Un servicio de información gratuito en la noción Recibido Vulgarmente de la Naturaleza
  • 1690 - hidrostato Medicina
  • 1691 - y en la observación de los experimentos de física
Entre sus escritos religiosos y filosóficos fueron:
  • 1648/1660 - Seráfico Amor, escrito en 1648, pero no publicado hasta 1660
  • 1663 - Un ensayo sobre el estilo de las Sagradas Escrituras
  • 1664 - Excelencia de Teología en comparación con la filosofía natural
  • 1665 - Reflexiones ocasionales sobre temas varios, que fue ridiculizado por Swift, en una meditación sobre una escoba-Stick, y por Butler en una reflexión ocasional en el Dr. Charlton Sentir el pulso de un perro en el Gresham College
  • 1675 - Algunas consideraciones acerca de la Reconcileableness de la Razón y Religión, con un discurso acerca de la posibilidad de la Resurrección
  • 1687 - El martirio de Teodora y Dídimo
  • 1690 - El Virtuoso cristiana